Libros y sueños

Posted: domingo, mayo 23 by Pequeño Bastardo in
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El día marcado en el viejo calendario pegado a la pared de la cocina ha llegado. El tiempo se ha encargado de hacer presente la fecha indicada. El hombre despierta, abre los ojos y aún con la mirada borrosa distingue el control remoto de la televisión justamente sobre el buró junto a su cama.
Enciende el aparato receptor y antes de presentar las imágenes ya escucha las voces que emite el mismo. Se frota los ojos para poder mirar la pantalla y al mismo tiempo mueve la cabeza hacia los lados tratando de acomodarse en la cama.

Una melodía comienza a escucharse. Proviene de su teléfono móvil el cual estaba programado para activar la alarma a las siete de la mañana.
Después de unos minutos, el hombre se levanta de la cama. Debajo de sus pies siente la humedad del piso que le provoca escalofríos; los mismos escalofríos que había sentido días antes al elaborar el plan que llevaría a cabo en la fecha marcada.

Se mira en el espejo del baño y observa su rostro meticulosa y detenidamente. Se despoja de la pijama y abre las llaves de la regadera para darse una ducha con agua fría. Fría como la manaña en que había despertado. Fría como la sangre que corría por sus venas.
El corazón se le acelera al sentir el agua acariciando su cuerpo tibio.

Abre el closet y toma las primeras prendas que estan a la mano. Unos jeans desgastados y una playera blanca serían el uniforme indicado para la ocasión. Un par de botas de piel, que a pesar de estar un poco maltratadas, eran el calzado idóneo para ese día tan importante. El hombre se sienta al pie de la cama para atarse las agujetas y entonces su conciencia empieza a emanar las primeras preguntas.

- ¿Es esto lo correcto? ¿Realmente soy el indicado para semejante labor? - pensaba con la mirada perdida en algún punto de su habitación.

En cierto momento llegó a considerar absurdo y sin sentido el plan que había ideado. Por varios días con sus respectivas noches le dió vueltas al asunto sin encontrar un verdadero motivo para llevar a cabo su labor. El simple hecho de pensar en eso, le producía una sensación de repulsión y de vergüenza. El se consideraba un hombre justo; un hombre de paz.

Se puso de pie y caminó hacia el refrigerador en busca de algún alimento. Solamente encontró un pedazo de pan duro, una botella de salsa picante y dos latas de cerveza barata, de las cuales se había bebido cuatro la noche anterior.
Sacó una de ellas, la destapó y le dió varios tragos a la bebida. Se limpió la boca con la mano y puso la lata sobre la mesa del comedor junto a unos platos sucios.

De inmediato se dió la vuelta y regresó a su habitación. Abrió el cajon del buró que estaba junto a su cama y observó durante unos segundos el arma. Ya no había marcha atrás. Era todo o nada. Era matar o morir. Y lo segundo no figuraba entre sus planes.

El edificio estaba abarrotado de gente de todas las clases sociales; logicamente en las primeras filas figruaban la clase alta y sus allegados. En el fondo la gente de clase media y baja, de la cual, una buena cantidad no tiene ni la menor idea de lo que está haciendo ahí. Y a pesar de eso, todos reunidos por el mismo motivo. La ciudad se vestía de fiesta y júbilo, todos sonreían y con alegría presenciaban el solemne momento.
Y entre la multitud, el hombre. Aquel hombre de las botas viejas. El que hacía la apuesta mas grande de su vida.

- Matar o morir - se repetía una y otra vez en su mente.

Ha llegado el momento de actuar. A su alrededor las voces se convierten en una explosión al corear el nombre de la persona que saluda airadamente con la sonrisa en el rostro.
El hombre sabe que la sonrisa solo es una mascara de cinismo, falsedad e hipocresía.

La clase media baja quiere estrechar la mano que los saluda desde lejos en aquel escenario preparado para ese día; todo se convierte en empujones y jalones. Todos quieren estar cerca. Entonces el hombre aprovecha la confusión. La víctima no pierde la sonrisa... hasta ese momento.

El hombre irrumpe con fuerza y a pesar de la seguridad, esta a escasos metros de su objetivo. Es entonces cuando empuña el arma. El estruendo de dos disparos realizados es imperceptible por la música ambiental y los gritos de la gente.
Todo se vuelve un caos total, la gente sube a las tarimas, pero la escena es por demás aterradora.

La víctima de aproximadamente unos cuarenta y tantos años, agoniza en el escenario, y el vestido blanco se cubre de sangre. Los gritos y la desesperación hacen del acto una barbarie. La gente se ha vuelto presa del pánico, tratan de alejarse y corren sin dirección, pero ignoran que otras personas caen al suelo y son aplastadas por la violenta estampida humana.

El hombre ya está a varias centenas de metros del lugar de los hechos. Sonríe por dentro pues ha cumplido su misión, aunque sabe perfectamente que aún tiene cuentas pendientes. Otros trabajos como este. Otra fecha por marcar en ese viejo calendario de la cocina.